Cuando nació Cervecería de Colima, en 2014, más de 60 inversionistas respaldaron la idea que tuvieron Esteban Silva, Andrés Castillo y Jorge Zebadúa de crear Colimita, una cerveza artesanal que “se llevara bien con los calores del Trópico”, y ahora, seis años después, la cervecera ha añadido a sus filas a más de 150 inversores que le ayudaron a enfrentar la pandemia de Covid-19.
Entre el 12 y el 27 de febrero pasados, la Cervecería de Colima logró recaudar 10 millones de pesos de 174 inversionistas a través de Propeler, una plataforma digital de fondeo colectivo de capital o equity crowdfunfing, que básicamente se encarga de encontrar empresas con una buena perspectiva de crecimiento para ayudarles a levantar financiamiento a través de campañas de crowdfunding.
Aunque el destino original de la mayor parte de los 10 millones recaudados por la Cervecería de Colima —8 millones más de la meta de la campaña— era continuar con su proceso de expansión hacia Estados Unidos y Europa, la emergencia sanitaria hizo que parte de estos recursos fueran utilizados para garantizar el pago de obligaciones como los salarios de sus trabajadores.
“Al entrar a la crisis, sabíamos que teníamos una caja saludable para enfrentar la pandemia”, dijo Esteban Silva, uno de los fundadores de la Cervecería de Colima y su actual director ejecutivo, quien describió las distintas etapas por las que ha transcurrido la empresa durante la emergencia sanitaria provocada por la pandemia de Covid-19.
Según Silva, al principio, en la segunda quincena de marzo, cuando iniciaron las medidas de distanciamiento social en el país y el cierre de negocios no esenciales, la compañía vivió un estado de shock debido a que comenzaron a cancelarse pedidos hechos por el que hasta ese momento era su principal canal de venta, los restaurantes y bares.
Entre la primera semana de abril y la segunda semana de mayo, ocurrió lo que Silva define como la etapa de reconfiguración, que se resumió en la máxima activación de los canales de venta online. De acuerdo con Silva, aunque la caída en las ventas en este periodo fue inevitable, el negocio digital permitió que ésta fuera sólo de 5% respecto de abril de 2019.
“Estaba lejos de lo que nos hubiera gustado lograr en abril, pero ya no era algo tan catastrófico como pensábamos en la primera etapa”, dijo.
Con la modificación de la estrategia comercial y el vuelco de los equipos de venta hacia canales como Amazon, UberEats y Rappi, la cervecería de Colima registró incrementos de entre siete y ocho veces lo que se vendía por la vía digital antes de la emergencia sanitaria, en el primer trimestre del año.
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Con la escasez de cerveza comercial a la que condujo el que la industria cervecera tuviera que interrumpir la operación de sus plantas, la Cervecería de Colima experimentó un incremento súbito en las ventas de su producto a partir de la segunda semana de mayo. Por esta razón, el inventario que mantuvo la empresa después de detener también su operación y que debía durar entre dos y tres meses, duró apenas dos o tres semanas.
“Mayo fue un mes bueno para toda la industria de la cerveza artesanal. Todos los que teníamos inventario lo vendimos. Además, mucha gente nos tomó por primera vez; muchos mexicanos que no veían en la cerveza artesanal una alternativa se vieron obligados a probarla y muchos de ellos van a ser consumidores que regresen a nosotros”, dijo Silva.
La más reciente etapa de la Cervecería de Colima frente a la pandemia ha sido la reanudación de la producción con las medidas sanitarias adecuadas y sin producto. Aunque Silva sabe la actividad en restaurantes y bares tardará en regresar a la normalidad, está convencido de que los hábitos de los consumidores mexicanos han cambiado.
Según el directivo, mientras que antes de la pandemia el 80% de sus ventas se hacían en bares y restaurantes, 15% en tiendas de autoservicio y supermercados y apenas 5% a través del comercio electrónico, no resultaría extraño que al finalizar el año, la distribución de las ventas sea de 30% en restaurantes, 30% en retail y 30% por la vía digital.
Fuente: El Economista